El final

El azar quiso que  al regresar a Madrid un viejo conocido se cruzase en mi camino: Ginés Rodríguez Fernández de Segura.
Nos habíamos conocido en Málaga  veintitantos años antes, en el casamiento de una prima lejana.

Ginés era el novio.
Aquél día confesó que se había enamorado de mí “de vista y sin palabras, que es como nace el amor verdadero” pero se casó con mi prima.
Luego nos perdimos de vista.

Nada más vernos nos reencontramos.  Bastó con mirarnos a los ojos  para tomar la decisión.

- Te quiero más que a mi vida -me dijo. Yo sonreí y nunca volvimos a separarnos.

A las dos semanas Ginés había sido nombrado oficialmente mi “secretario personal“.

Con Ginés Rodriguez

Con Ginés Rodriguez

A partir de 1953 se me metió una idea en la cabeza. Quería redactar la historia de mi vida. Yo estaba decidida a publicar mis memorias, pero la cosa no salió como esperaba.

Me puse muy enferma del corazón a finales de mayo y presentí que quedaba poco. Empecé a morirme de verdad, el día 6 de julio y la cosa duró cerca de 20 horas.

El 7 de julio por la mañana sonó el timbre con apremio y oí voces alteradas que se acallaron ante la puerta de  mi  alcoba. Había llegado Ajit, mi hijo. Comprendí que  era el momento de marcharme.

Toda la prensa de España publicó que en Madrid acababa de fallecer una Princesa. Fue  el día de San Fermín de 1962 a las seis de la tarde.

Mi cuerpo está enterrado en la Sacramental de San Justo. El sepulcro es de mármol blanco. La tumba está presidida por una cruz y sobre la lápida  figuran la daga Sikh y la corona de la Casa de Kapurthala, ello denota que la persona que yace en el lugar perteneció a la realeza.

Ginés y Ajit se encargaron de cumplir mis últimas voluntades. Todas mis posesiones pasaron a ser propiedad  de mi hijo. Él reclamó mis joyas, que estaban depositadas en una caja fuerte del Banco Central,  y procedió a  vaciar y vender las casas de Madrid y Málaga.

A mi sobrina Victoria le dejé  los objetos personales: ropa, abrigos, saris, retratos, abanicos, y mi más preciado legado: todas mis cartas, diarios, fotos y documentos con el encargo de custodiar mi memoria o de cederla a quien la supiese preservar.